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Y de repente, me acordé de este blog y de lo mucho que me gustaba escribir sobre cine. Por desgracia me olvidé de recordar lo poco que sé del tema. En fin, allá vamos, como en los viejos tiempos. Siempre he sido una chica fácil, así que nadie debería sorprenderse si después de más de un año sin pasar por aquí, lo haga para hablar de una película clásica y archiconocida.

Hace relativamente poco tuve el placer de leer la novela en que se basa esta película y me atrapó, así que tenía curiosidad por ver de que manera un grande en esto de hacer películas como  Truffaut había transformado en imagen y movimiento la violenta denuncia de Ray Bradbury . Aviso a navegantes, mi cultura cinéfila sigue siendo vergonzosamente pésima, hasta hoy solo había visto «Los 400 golpes» de Truffaut, película que está pidiéndome a gritos una revisión, pues en su momento me gustó, sí, pero no me enamoró como me aseguraban todos aquellos a los que respeto en este noble mester que es el devorar películas.

En mi optruffautinión, la adaptación que hace Truffaut es brillante. A pesar de la necesaria selección de contenidos para adaptar la novela al tiempo del metraje, creo que capta magníficamente la esencia de la obra de Bradbury. Por buscar algún pero, me hubiera gustado ver al aterrador sabueso mecánico del libro así como a alguno de los personajes que se han omitido en el film. Pero también es cierto que aún a pesar de estas elipsis, Truffaut es capaz de hilvanar la trama sin que se note cercenada, gracias un guión que se nota muy trabajado y además muy respetuoso con el original y que repito, cuenta como mayor virtud el haber sabido entender el mensaje esencial del relato de Bradbury. La historia está contada con un firme pulso, con un elegante ritmo que fluctúa entre pasajes más narrativos y concesiones a momentos más «reflexivos»,  y con algunas escenas realmente magistrales (además de algunos detalles que me han llamado la atención: por ejemplo el hecho de que el primer libro quemado sea precisamente El Quijote, o que uno de los volúmenes que tampoco se salven de la hoguera sea un número de… Cahiers du Cinema!). Aunque parezca extraño, he disfrutado muchísimo descubriendo las obras que se iban inmolando a las llamas y me he prometido un segundo visionado para dejar en este blog la lista completa. En ete alegato a favor de la importancia de la palabra escrita, Truffaut concede elegantemente un lugar muy destacado a los autores y las obras. En cuanto a la ambientación, quizá a algunos  les pueda parecer un tanto insuficiente, más aún a los ojos del espectador de nuestros días. Y es cierto que en la ciudad en la que se mueve Montag apenas descubrimos elementos futuristas como cabría esperar en una película del género. A mi en cambio me llena de pavor que toda esta historia se desarrolle en un mundo tan similar al mío.

Mi veredicto final: Viendo esta película y recordando al mismo tiempo la novela, me ha dado por pensar que si Bradbury hubiera escrito Farenheit 451 en nuestro tiempo (o Truffaut hubiera hecho lo propio con su película), es muy posible que su mensaje no hubiera cambiado en exceso, pero probablemente sí los detalles. Se me ha ocurrido pensar que en nuestros días, tal vez Montag y su equipo no necesitarían recurrir a las llamas purificadoras para consagrar su (no)cultura única. Tal vez Montag vestiría de negro, pero no llevaría casco sino corbata y en esta distopía en lugar de bombero sería publicista. No haría falta destruir los libros, porque la gente aceptaría voluntariamente su sustitución por productos mucho más digeribles y, huelga decirlo, también mucho más rentables (llamémoslo por ejemplo Cincuenta Sombras de Grey o Crepúsculo… pero podríamos decir lo mismo del cine, de la música o de cualquier manifestación cultural que haya alcanzado o sea susceptible de alcanzar a las masas). Una cultura controlada y única se traduce en un confortable encefalograma plano. Y en un mundo donde la cultura se prohibe y se persigue es muy difícil que florezca la libertad. Mañana más.

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